Comentario
La independencia lograda en 1328 es más teórica que real; aunque privativos de Navarra, los nuevos reyes son franceses por formación y por intereses y mientras vivan Juana II y Felipe de Evreux apenas puede hablarse de cambios. El primer monarca navarro será el hijo de Juana, Carlos II, rey desde 1349.
Carlos es un extraño al reino, es uno más de los monarcas franceses de Navarra cuando es coronado en 1350 a la edad de diecisiete años, y a pesar de las medidas tomadas en los primeros momentos, frente al nuevo rey se reconstruyen y organizan las hermandades, la nobleza se divide en bandos que intentan dirigir la política exterior e inclinar el Reino hacia la intervención en Francia o hacia los reinos peninsulares, y la población se subleva cuando el monarca pretende convertir en realidad el cobro de la moneda que tradicionalmente se da al rey al comienzo de su reinado; al cobro se une la acuñación de moneda de baja ley, cuyo efecto más visible es un aumento de los precios en todo el reino, en momentos de dificultades económicas graves que afectan sobre todo a los grupos no privilegiados (clérigos y nobles están exentos del pago del monedaje) que comienzan a organizarse en hermandades o juntas como la de Miluce cuyo objetivo era la protesta contra los que creían culpables de su situación económica: el poder real, la administración y los grupos privilegados. Decidido a intervenir activamente en Francia, Carlos necesita pacificar el reino para lo que atrae a clérigos y nobles mediante concesiones que le dejan las manos libres para deshacer violentamente las juntas en lo que se conoce como la Justicia de Miluce: cuatro de sus capitanes fueron ahorcados en el lugar donde solían reunirse, otros cuatro en Pamplona para escarmiento de sus seguidores, alguno fue despeñado, sus casas derribadas... y Carlos dio publicidad a las ejecuciones al tiempo que prohibía la creación de cofradías, juntas o hermandades que no tuvieran finalidad exclusivamente religiosa.
Pacificado el reino, Carlos abandona Navarra para intervenir activamente en la política francesa, en la Guerra de los Cien Años, en la que llega a ser uno de los protagonistas más conocidos hasta la firma del tratado de Bretigny que, en 1360, sellaba la paz entre Inglaterra y Francia. Navarra, dirigida por su hermano Luis, navarriza la administración civil y eclesiástica dejando los cargos en manos de navarros como Gil García de Ianiz, lugarteniente de Luis y representante de la baja nobleza, o el obispo pamplonés Miguel Sanchiz de Asiáin, nombrado contra el candidato pontificio Pedro de Monteruc, sobrino de Inocencio VI. Por lo que se refiere a la situación peninsular, el infante Luis procura por todos los medios mantener la neutralidad entre Aragón y Castilla, entre Pedro el Ceremonioso y Pedro el Cruel.
La paz entre Francia e Inglaterra permitió al monarca francés controlar el reino y poner fin a la actuación de nobles como Carlos de Navarra; vencido en Cocherel (1364), Carlos renunció a intervenir en los asuntos franceses y concentró su actuación en la Península, donde participó en el conflicto castellano-aragonés tan pronto al lado de Pedro el Ceremonioso como de Pedro el Cruel, del que obtuvo, tras la primera entrada de Enrique de Trastámara en Castilla, la promesa de recibir a cambio de su ayuda militar las zonas de Guipúzcoa y Alava. Muerto Pedro el Cruel, Carlos se unió a los monarcas de Portugal, Granada y Aragón contra Enrique de Trastámara, pero los aliados no fueron capaces de coordinar sus acciones bélicas y uno tras otro fueron obligados a firmar acuerdos que implicaban el reconocimiento de la nueva dinastía castellana con la que el rey navarro suscribió el tratado de Briones, firmado en 1373 y ratificado tras nuevos enfrentamientos en 1379, en el que se estipulaba el matrimonio del heredero navarro, Carlos III, con Leonor, hija de Enrique II de Castilla.
La actuación de Carlos en Francia y en la Península ha sido atribuida generalmente a su ambición personal, pero es preciso tener en cuenta que el reino, encerrado entre cuatro grandes potencias (Aragón, Castilla, Francia y los dominios ingleses en el Continente) sólo podía sobrevivir mediante una hábil política de equilibrio en la que no cabía la neutralidad al estar en guerra franceses e ingleses y aragoneses y castellanos. Para tener acceso al mar, Navarra necesitaba contar con la buena voluntad de castellanos y de ingleses y con unos y otros mantuvo Carlos frecuentes alianzas; pero al mismo tiempo precisaba no enemistarse abiertamente con los aragoneses y franceses, que hubieran podido en cualquier momento conquistar el Reino y ocupar las posesiones del monarca navarro en suelo francés. En esta situación no era posible llevar a cabo una política coherente y Carlos aprovecha las oportunidades concretas que se le presentan para afianzar su posición personal y la del reino, cambiando continuamente de campo pero sin llegar en ningún caso a un enfrentamiento decisivo.
Carlos II recibe un Reino con graves problemas económicos, visibles desde comienzos del siglo y agudizados en los años centrales, en los que la relativa superpoblación de épocas anteriores, el estancamiento tecnológico, la elevada presión fiscal, los años de malas cosechas, la peste y las continuas guerras llevan a crisis de subsistencia, al hambre entre los grupos menos favorecidos que buscan la solución a sus problemas en el traslado a las villas, en la mendicidad o, en algunos casos, en el bandidaje puro y simple.
Ante la nueva situación, los propietarios reaccionan de manera similar a la de los señores de los demás territorios europeos o peninsulares: en unos casos intentarán mantener sus derechos y reforzarlos con normas que impidan a los campesinos abandonar la tierra o les obliguen a trabajarla en las condiciones fijadas por los señores, o transigirán momentáneamente para recuperar sus derechos cuando la situación lo permita; éste parece ser el camino seguido por el monarca navarro, señor feudal como cualquier otro noble en sus tierras: mientras es posible no disminuye las pechas y si la posibilidad de abandono de la tierra es evidente, acepta aligerar las pechas mediante "sofrienças" (aplazamiento temporal del pago de una parte), "remissiones" (perdones parciales y de duración limitada) y "restanças" o perdones que aunque legalmente son temporales, en la práctica se hacen permanentes como ocurrió en 1349 o en 1362 cuando la monarquía, teniendo en cuenta los efectos de la mortandad, aceptó no percibir la tercera parte de las pechas. Pasados los peores momentos, cuando población y producción comienzan a recuperarse, Carlos II anulará las restanzas y sufrienzas acumuladas entre 1362 y 1374.
En otros casos, para mantener las tierras en cultivo es preciso transigir con los campesinos y aceptar una reducción considerable o la desaparición pura y simple de la pecha, como ocurrió en casi el setenta por ciento de los lugares donde tenía propiedades el monasterio de Irache. Junto a la pecha disminuyen o desaparecen ingresos señoriales como la mañería, la cena o yantar y el hospedaje, y la falta de mano de obra lleva a atraer a los campesinos ofreciéndoles contratos de arrendamiento perpetuos en lugar de los temporales predominantes hasta mediados del siglo.